Desastres de guerra: Sobre “La muerte a diario” de José Pablo Baraybar
El célebre pintor español Francisco Goya fue uno de los principales retratistas de la miseria de la guerra en sus dibujos sobre la invasión de napoleónica en la España del siglo 19; los cuerpos retorcidos y abandonados que lo hicieron famosos conmueven, rebelan, indignan, quizás porque estas imágenes las sentimos lejos y nos espanta lo desconocido. Todo lo contrario al libro La muerte a diario del peruano José Pablo Baraybar, quien muestra la muerte como un hecho cotidiano y violento, consecuencia de su trabajo como antropólogo forense en los escenarios de los múltiples genocidios del siglo XX.
Baraybar narra con realismo y sin discursos pomposos sus experiencias alrededor del mundo en su tarea de examinar los cuerpos masacrados de los crimenes que debe investigar. Pero sobretodo su labor es examinar huesos, cientos, miles, millones de huesos esparcidos en cuevas, desiertos, arenales esparcidos desde Ruanda, Haití, Somalia, Kosovo o Ayacucho.
El texto mitad ficción mitad crónica es además un fino ejercicio de cinismo y algo de humor en medio de tantas muertes en nombre de la religión, la patria, la libertad o cualquiera de sus variantes.
La muerte a diario da cuenta de la experiencia de Baraybar de como convivir tan cerca de los cadáveres y como estos se convierten en parte de su vida. Como bien se narra en uno de los pasajes del libro en donde el autor se detiene a comer una manzana cerca de una cueva que en realidad es una fosa común llena de cadáveres y a la que, por supuesto, un enjambre de periodistas se esfuerzan a tomarle fotos.
Sin embargo, uno de sus pasajes más infernales es el retratado en Somalilandia en África, a donde llegó para investigar en una de las fosas comunes más grandes del mundo en medio de un basural, en el cual también habia una población cuyas vidas continuaban sin el menor espanto. Un retrato de pesadilla para un antropólogo forense que debe clasificar, ordenar y de ser posible identificar a las posibles víctimas para poder llevar a sus asesinos a la cárcel.
El libro cierra con una crónica sobre el encuentro con el líder serbio Radovan Karadzic, quien espera ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional de la Ex Yugoslavia, por la masacre de Srbrenica donde fueron ejecutados bajo sus órdenes alrededor de 8 mil bosnios durante la guerra.
La cita con Karadzic muestra como una persona pulcra, educada, y “normal”, es un criminal capaz de negar todos sus crimenes con una sonrisa en el rostro y mirando directamente a los ojos. Como señalaría Hanna Arendt el mal puede ser banal sin embargo a diferencia del oficial nazi Adolf Eichman, que motivo sus reflexiones, el jerarca serbio no parece mostrar miedo, ni desconcierto sino estar totalmente en control de la situación.
Baraybar ha escrito un libro de viaje interior y sin anestesia a los peores crimenes de la humanidad, en el no hay victorias, ni finales felices, solo la certeza de una vez más habrá que hacer las maletas para investigar,dentro de lo posible, en un nuevo mar de osamentas.